
Estaba nervioso, muy nervioso, aunque no lo aparentaba. Me habían hablado mucho de ella y por fin la iba a conocer. Eran más de las diez y al igual que las estrellas de Hollywood se hacia esperar.
En la calle diluviaba, así que decidimos entrar sin ella al restaurante. Y digo ‘decidimos’ por que lamentablemente la mesa no era para dos, sino para seis. Pero aún con todo me había asegurado de que se sentara a mi lado. Entonces, apareció ella.
Como un torbellino irrumpió en el restaurante, transmitiendo sensualidad y carisma como nunca antes había visto. Uno de los camareros cojió su abrigo y lo puso a secar. Cuando se giró para agradecerle el detalle, contemplamos una pequeña cabeza de búfalo que llevaba tatuada en la espalda. En general no me gustan los tatuajes, pero el suyo resultó la excepción que confirmaba la regla.
Con todo mi disimulo, o sea ninguno, afirmé: ‘Está que cruje’. Y por la leve sonrisa que mostró al girarse sospeché que me había oído…
Al llegar a la mesa nos regaló dos besos a cada uno de los que allí estábamos. Mientras esperaba mi turno, repasé mentalmente la lección: ‘Muestra seguridad y mírala fijamente. Se gracioso pero no un payaso.’ Cuando la tuve delante me presenté, nos dimos dos besos y bromeé sobre su tardanza. Recuerdo haberle dicho algo parecido a ‘La espera ha merecido la pena’.
Después de las presentaciones nos sentamos, todos, menos ella. ¿Por qué? Muy sencillo… Me había propuesto llamar su atención con un pequeño detalle, simple pero hermoso. Era una figurita de papel con forma de diablo que había dejado en su silla. Según lo que me habían contado de ella le debería gustar. Y así fue. Al verlo lo cogió entusiasmada y sorprendida. Le dije que era un pequeño detalle de mi parte. A lo que me respondió que para ella los pequeños detalles lo eran todo.
De la cena únicamente diré que fue perfecta. Desde el primer instante conectamos y se mostró cariñosa conmigo en todo momento. Pero no fueron solo sus gestos de complicidad, su preciosa melena o su intensa mirada, era toda ella quien me tenía hipnotizado. Y en el brillo de sus maravillosos ojos castaños veía que lo sabía.
Mientras elegía el postre no pude dejar de mirarla. Y puesto que no podía saborear sus labios, me decanté por el helado de crema de café para saciar mi deseo.
Antes de marcharnos del restaurante, todos, salvo nosotros dos, fueron a los servicios. Entonces me acerqué a ella y con todo el descaro del mundo, le metí en el bolsillo de su ajustado pantalón las monedas que me habían devuelto al pagar la cena.
Os podéis imaginar su sorpresa. Y una vez llegado a ese punto ¿por qué parar? No tenia nada que perder. En el pasado, tomarme estas cosas con calma no me había dado buen resultado. Y el ‘no’ ya lo traía de casa. – Pensé – Así que directamente la besé.
Al principio noté su sorpresa en la rigidez de sus labios. Pero tan solo un instante después, me devolvió el beso con ternura. ¡Y vaya beso! Sin duda toqué el cielo. Lastima que aquellos segundos no se transformaran en horas. Y estas, en años Aunque mayor fue la lastima por tener que separarnos al salir uno de nuestros amigos.
Después de la cena fuimos a un pub ochentero cercano. Nada más entrar notamos que el ambiente estaba extremadamente cargado. Así que nos abrimos paso hasta la zona donde menos gente había. Lo mejor de ese pub, sin duda, es una antigua máquina de discos donde puedes escoger tu canción preferida. Yo lo sabía, pero ella no. Y decidí enseñársela. Estaba seguro que le gustaría.
Sin decir palabra alguna la cogí de la mano, entrelazamos nuestros dedos y la llevé hasta la maquina. Metí la mano en el bolsillo de su pantalón y tomé prestados veintitrés céntimos que introduje en la maquina, elegí una canción y bailamos abrazados...
-----------------------------------------------------------------------------------
En la calle diluviaba, así que decidimos entrar sin ella al restaurante. Y digo ‘decidimos’ por que lamentablemente la mesa no era para dos, sino para seis. Pero aún con todo me había asegurado de que se sentara a mi lado. Entonces, apareció ella.
Como un torbellino irrumpió en el restaurante, transmitiendo sensualidad y carisma como nunca antes había visto. Uno de los camareros cojió su abrigo y lo puso a secar. Cuando se giró para agradecerle el detalle, contemplamos una pequeña cabeza de búfalo que llevaba tatuada en la espalda. En general no me gustan los tatuajes, pero el suyo resultó la excepción que confirmaba la regla.
Con todo mi disimulo, o sea ninguno, afirmé: ‘Está que cruje’. Y por la leve sonrisa que mostró al girarse sospeché que me había oído…
Al llegar a la mesa nos regaló dos besos a cada uno de los que allí estábamos. Mientras esperaba mi turno, repasé mentalmente la lección: ‘Muestra seguridad y mírala fijamente. Se gracioso pero no un payaso.’ Cuando la tuve delante me presenté, nos dimos dos besos y bromeé sobre su tardanza. Recuerdo haberle dicho algo parecido a ‘La espera ha merecido la pena’.
Después de las presentaciones nos sentamos, todos, menos ella. ¿Por qué? Muy sencillo… Me había propuesto llamar su atención con un pequeño detalle, simple pero hermoso. Era una figurita de papel con forma de diablo que había dejado en su silla. Según lo que me habían contado de ella le debería gustar. Y así fue. Al verlo lo cogió entusiasmada y sorprendida. Le dije que era un pequeño detalle de mi parte. A lo que me respondió que para ella los pequeños detalles lo eran todo.
De la cena únicamente diré que fue perfecta. Desde el primer instante conectamos y se mostró cariñosa conmigo en todo momento. Pero no fueron solo sus gestos de complicidad, su preciosa melena o su intensa mirada, era toda ella quien me tenía hipnotizado. Y en el brillo de sus maravillosos ojos castaños veía que lo sabía.
Mientras elegía el postre no pude dejar de mirarla. Y puesto que no podía saborear sus labios, me decanté por el helado de crema de café para saciar mi deseo.
Antes de marcharnos del restaurante, todos, salvo nosotros dos, fueron a los servicios. Entonces me acerqué a ella y con todo el descaro del mundo, le metí en el bolsillo de su ajustado pantalón las monedas que me habían devuelto al pagar la cena.
Os podéis imaginar su sorpresa. Y una vez llegado a ese punto ¿por qué parar? No tenia nada que perder. En el pasado, tomarme estas cosas con calma no me había dado buen resultado. Y el ‘no’ ya lo traía de casa. – Pensé – Así que directamente la besé.
Al principio noté su sorpresa en la rigidez de sus labios. Pero tan solo un instante después, me devolvió el beso con ternura. ¡Y vaya beso! Sin duda toqué el cielo. Lastima que aquellos segundos no se transformaran en horas. Y estas, en años Aunque mayor fue la lastima por tener que separarnos al salir uno de nuestros amigos.
Después de la cena fuimos a un pub ochentero cercano. Nada más entrar notamos que el ambiente estaba extremadamente cargado. Así que nos abrimos paso hasta la zona donde menos gente había. Lo mejor de ese pub, sin duda, es una antigua máquina de discos donde puedes escoger tu canción preferida. Yo lo sabía, pero ella no. Y decidí enseñársela. Estaba seguro que le gustaría.
Sin decir palabra alguna la cogí de la mano, entrelazamos nuestros dedos y la llevé hasta la maquina. Metí la mano en el bolsillo de su pantalón y tomé prestados veintitrés céntimos que introduje en la maquina, elegí una canción y bailamos abrazados...
-----------------------------------------------------------------------------------
Dedicado a... ella ya lo sabe ;)