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(Suena: The end - The Doors)

sábado, 28 de febrero de 2009

WC

sábado, 28 de febrero de 2009
Me siento huérfano. Sentir, pero no estar. Por que mis papas me siguen dando guerra como siempre. Hace un minuto mi mamá me echaba la bronca por desordenado mientras mi papá comía dulces a escondidas. Yo lo que estoy es huérfano de cepillo de dientes. Y no es que no tenga. El problema es que solo tengo uno. ¡Yo! ¡Que siempre he tenido dos! Dos cepillos iguales aunque de distinto color que alternaba a cada uso.

Además, mis cepillos siempre han sido de los sencillos. De los que venden en pack de cuatro y cada uno es de un color. Sin embargo, ahora tengo un cepillo de dientes elegante, ergonómico y clínicamente testado. Uno de esos cepillos anunciados por exuberantes rubias de ojos azules. Y por cierto, por más que miré dentro de la caja del cepillo de dientes, la rubia no apareció por ningún lado.

Lo peor es que mi cepillo de dientes se cree mejor que yo. Me mira con aires de grandeza. Como si le debiera y no le pagase. Parece como si cada vez que lo uso me estuviera haciendo un favor. Y eso me revienta.

No sé qué se habrá creído, pero aquí el que manda soy yo. Debo mantenerme firme e inflexible y si se porta mal castigarlo. Y he aquí el problema. ¿Cómo puedo castigar al cepillo de dientes sin salir yo perdiendo? Por que me lo tengo que meter en la boca…

Imaginar que le hago una aguadilla con el agua del báter. A ver quien es el guapo que se lo mete luego a la boca. ¡Yo, no! Y si lo meto en agua hirviendo, igual la “Patrulla contra la caries de Colgate” me mete un puro…

Y hablando de patrullas, puros y báteres. Estoy cagao por que sospecho que me va ha llegar una de esas multas de 300 euros que meten los radares por exceso de velocidad. Y no es que me importe la multa, lo peor es que seguramente se va a unir a otra multa por lo mismo con un radar de la autopista. A este ritmo me retiran el permiso de conducir en mes y medio. Aunque lo peor de todo va a ser el broncazo de mi madre que se va a escuchar hasta en Kualalumpur.

domingo, 15 de febrero de 2009

Descanse en paz

domingo, 15 de febrero de 2009
Joseph Stanley se levantaba todas las mañanas a las 6:45. Desayunaba cereales con leche, se duchaba, y enfundado en un traje azul marino se dirigía al trabajo.

Trabajaba en el edifico B, planta 26, de las oficinas centrales de Hanck corp. Allí pasaba diez horas al día estudiando los activos de empresas que jamás había oído nombrar.

A las 11:45 tomaba un café de máquina junto a Ross y Kate, ambos de contabilidad. Durante veinte minutos comentaban la película que habían visto la noche anterior y después regresaban a sus respectivos puestos de trabajo.

A las 13:50 Joseph bajaba al comedor de la empresa y pedía el menú del día. Sobre las 16:00 volvía a su despacho y no paraba hasta las 20:30.

Del trabajo iba a casa. Hacia la colada, limpiaba el apartamento, cenaba y veía la película del Canal 4 hasta quedarse dormido. Todo esto día tras día, semana tras semana...

Una mañana, al cerrar uno de los cajones metálicos de su escritorio, se pilló un dedo causándose una profunda herida. Durante la comida fue incapaz de apartar la mirada de aquella herida cicatrizante. Y sin saber porqué, comenzó a acariciarla cada vez con más fuerza ,hasta que la herida volvió a sangrar.

Esa misma noche, delante del espejo, se dio una bofetada. Al día siguiente, en los lavabos de la oficina, golpeó la pared con el puño y apunto estuvo de romperse un dedo. Por la tarde, mientras redactaba un plan de viabilidad, se pellizcó la pierna con tanta fuerza que se hizo un moratón. Y siendo ya de noche se cortó las venas frente al televisor.

Durante los últimos veinte años Joseph había estado muerto en vida. Malgastando su existencia y viendo la vida pasar delante de sus ojos. Sin embargo, en los últimos dos días se había sentido más vivo que nunca a través del dolor. Y ese ansia por recuperar el tiempo perdido le había arrastrado hasta la muerte.

Joseph Stanley había muerto. Los forenses comentaron que lo había hecho de una de las peores formas posibles, no obstante, eran incapaces de comprender porqué tenia una sonrisa dibujada en su rostro.

lunes, 9 de febrero de 2009

Que chasco

lunes, 9 de febrero de 2009
De mayor quiero ser filántropo. No tengo muy claro lo que significa. Pero quiero serlo por que me encanta esa palabra. Ya veréis, pronunciarla en voz alta. No tengáis vergüenza. FI-LÁN-TRO-PO… ¡Que gozada! Es una palabra que te llena la boca. Qué belleza, qué rítmica, qué orgasmo lingüístico… FI-LÁN-TRO-PO…

Para mi, un filántropo es una mezcla entre melómano y proxeneta… ¿Qué por que creo esto? ¡Pues ni idea! Pero la imaginación es libre, ¿no? De todas formas, sea lo que sea, lo mejor de ser filántropo es la ropa. Por que cuando eres todo un señor filántropo, no puedes vestir de cualquier manera. Es imprescindible ir elegante, muy elegante. O lo que es lo mismo, vestir con chistera, capa y monóculo. Igualito a un Lord Ingles.

Hasta aquí yo era feliz, sin embargo, una vez más la realidad se encarga de machacar mis sueños. Y al buscar filántropo en el diccionario, me encuentro con que un filántropo es una persona que se distingue por el amor a sus semejantes…

Mi gozo en un pozo. ¡Menuda mierda! ¿Donde ha quedado la capa y el fanatismo promiscuo? Ahora resulta que un filántropo es una especie de oso amoroso. ¡Qué ruina! ¡¡¿En que momento la humanidad perdió el rumbo?!!

¡Paren el mundo… me quiero bajar!
 
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