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(Suena: The end - The Doors)

domingo, 27 de diciembre de 2009

Buenos propósitos

domingo, 27 de diciembre de 2009
Dentro de nada, llegará el 2010 cargado de propósitos que antes de acabar enero habrán sido olvidados. Por ejemplo: dejar de fumar, apuntarse al gimnasio o ir a una academia de inglés. ¡Pues yo he decidido marcarme un propósito y cumplirlo! ¿Pero cuál? Mi problema es que no tengo grandes vicios para dejar. Y que eso del inglés ya está en marcha. ¿Entonces qué puedo hacer? Muy sencillo. ¡Crearme vicios! Si, como lo leéis. Crearme vicios. Si la montaña no va a Maoma, ¡que le jodan a la montaña!

Así que voy a pasar lo que resta de año fumando. Y a partir del 1 de enero, lo dejaré. Soy un génio, ¿verdad…? Solo espero no enviciarme demasiado... Y si así sucede, no pasa nada, siempre podré dejarlo en 2011.

miércoles, 23 de diciembre de 2009

Merry Christmas

miércoles, 23 de diciembre de 2009
¡Ya estamos en plena navidad! Aunque estoy seguro que no necesitábais leerlo aquí, para daos cuenta. Con la navidad llegan los turrones, Papá Noel, cenas copiosas, Reyes Magos, árboles de navidad, esos mazapanes que a nadie le gustan y los regalos. Muchos regalos. Lo que hace de la navidad una fiesta puramente consumista. Nos importa un pito que “no-se-quién” naciera en “no-se-dónde”. Y a mí, el primero.

Ayer estaba comprando con mi madre. Y mientras pasábamos por caja, vi como los de seguridad se llevaban a un tipo que había robado dos botellas de whisky. Este tío era claramente un chorrachuzo. Pero aún así, me pregunté cuanta gente estaría obligada a robar para comer estas navidades.

Erradicar el hambre en el mundo costaría 40.000 millones de euros anuales. Lo que es una buena cantidad de dinero. Aunque si lo comparamos con los 847.000 millones de euros de gasto mundial militar en el año 2007, ya no lo es tanto.

¿Sabéis cuantos submarinos nucleares hay en el mundo? Unos 390. Sumando los Americanos, Rusos, Británicos y Franceses. ¿Sabéis cuánto vale uno de estos submarinos? Sobre los 1.500 millones de dólares. Echar cuentas...


No es una locura pensar que el mundo podría pasar sin alguno de estos cachivaches. Sobre todo, porque las batallas ya no se libran en las llanuras de Europa ni en el Atlántico, sino en desiertos y montañas donde Dios perdió la alpargata.

Resumiendo. Si todavía existe hambre en el mundo, es porque los que mandan quieren. ¿Y quienes votan a los que mandan? Tú y yo. Ergo… la culpa es tanto tuya como mía. Y ahora os dejo, que como cerdo consumista, tengo que comprarme un reloj Lotus de 129 euros.

Feliz Navidad.

lunes, 14 de diciembre de 2009

No!

lunes, 14 de diciembre de 2009
Me joden las personas neutrales. Por eso no me gusta Suiza, aunque sí su chocolate. Para mí, las cosas son blancas o negras. No entiendo de grises, ni esas frases que empiezan por: “Mi verdad es...” ¿Qué significa eso? Verdad solo hay una. Y todo lo que no sea verdad, es mentira.

Tampoco me gustan las personas que no van de frente. Y conozco a uno que hace de esto un vicio. Por lo que últimamente andamos siempre zarpa a la greña. Me parece muy bien que no se lleve bien con la novia de un amigo. Reconozco que a mí, esa chica, me cae como una patada en las pelotas. Pero de ahí, a ponerle motes y burlarse de ella, hay un mundo.

Y como esas cosas no van con mi carácter, en mi presencia, no las permito. Además que... de vez en cuando, no está mal discutir un poco. Resulta incluso entretenido.

viernes, 4 de diciembre de 2009

Bar - Reinols

viernes, 4 de diciembre de 2009
Me gustan los bares. Aunque no tanto como un buen estornudo o una mujer atractiva. Y creo que uno de los motivos es porque allí te puedes permitir lujos que en casa ni se te ocurrirían. Como por ejemplo; tirar un hueso de oliva al suelo, o no apuntar bien al orinar. Principalmente, porque la zapatilla de vuestra madre volaría por todo el pasillo hasta acabaros impactando en la cara. Porque otra cosa no, pero las madres tienen mejor puntería que Robin Hood.


Lo más fascinante de los bares es la barra y los seres que en ella habitan. Como por ejemplo, los servilleteros. ¿Alguna vez habéis visto un servilletero nuevo y reluciente...? ¡Jamás! ¿A qué se debe? Pues a que todos los servilleteros fueron hechos antes de “La gran depresión”. Y desde entonces, no se ha vuelto a fabricar ni un solo servilletero en todo el mundo. ¿O acaso sabéis de alguien que trabaje fabricando servilleteros? No, ¿verdad? ¡Entonces es que no existen!

Como tampoco existen servilletas de bar capaces de absorber líquidos. Si se te cae una gota en la mesa, es mejor dejarla donde está. Porque como intentes secarla, lo único que conseguirás es esparcirla por toda la mesa. Y algo absolutamente subgeneris, multiplicarla. Igual que el milagro de los panes y los peces, pero a la Española.

Porque las servilletas, ahí donde las veis, tienen muy mala celulosa. Permanecen fieles a tu lado, hasta que realmente las necesitas. Entonces se esfuman, desaparecen, se evaporan... Es como si te dijeran: “Eh, ehh, ehhh… ¿Dónde te quieres tu limpiar esos morros llenos de pringue? ¿En mí? ¡Ni se te ocurra!”


¿Y qué me decís de las tapas? ¡Dios mío! He visto tapas con vida propia y psiques más complejas que las de muchas personas. Y que aparte de andar solas, te dan conversación. ¿Qué pasa luego? Lo que tenía que pasar... Les acabas cogiendo cariño y eres incapaz de comerlas...

De todas formas, no hay que tenérselo en cuenta. Porque si os paráis a pensar un momento, descubriréis que la vida de una tapa es muy dura… Ahí están todo el día, solicas y en cautividad. Temiendo por su vida. Esperando el trágico momento en que la espada de Damocles caiga sobre ella, para sucumbir ante las voraces fauces de un hambriento cliente. O lo que es peor, viendo pasar a docenas de personas que las miran con altivez y preguntan con desprecio; “¿Eso qué será?”, para acabar escogiendo otra tapa más joven y sabrosa.

Cosa que no le sucederá a ese triste choricillo que nunca nadie pide. Y que pasa los días malviviendo, olvidado y ahogado en su propio jugo. ¡Menuda frustración debe sentir el pobre! Abandonado, repudiado, discriminado... ¡Qué injusta es la vida! Y más si cabe, porque a cada día que pase, sus posibilidades de ser aceptado en el estomago de algún valiente se esfuman. Y sabe, porque las tapas son muy listas, que pronto se le pondrá la etiqueta de: “Se mira, pero no se toca”. Y de eso, a ir de cabeza a la basura, hay un paso.


Si la barra del bar es el Sancta Santorum de los parroquianos asiduos al bar, el suelo será algo así como el equivalente a descender a los infiernos. Porque allí abajo puedes encontrarte de todo. ¡Absolutamente de todo! Desde documentos secretos de la CIA, a borrachos sepultados por una montaña de servilletas arrugadas, pasando por los calendarios de Chicholina del año 84.

Sin embargo, pese a todo, me gustan los bares. Y no por ser lugares donde puedes gritar “Ñá moza reciaaa” a toda mujer que veas, sino por ser un templo de sabiduría antropológica donde revertir a las cavernas sin desentonar.
 
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