El viernes me llamaron rencoroso y todavía me dura el mosqueo. ¡Yo no soy rencoroso! Lo que soy, es justo. ¿Por qué “justo”? Por que a cada cual, hay que darle lo que se merece. Os pongo un ejemplo: Todos conocemos al típico tacaño que no se invita a nada aunque la vida le vaya en ello, y que la última vez que sacó un billete de la cartera, coincidió con la caída del muro de Berlín. ¿A alguien así, le vas a invitar a unas cervezas? ¡No! No lo merece. A esto me refiero. ¿Entendéis por donde voy?
Entonces, ¿por qué le debo dar prioridad a alguien que no me la da a mí? Y con “prioridad”, no me refiero a prioridad de paso en un Stop. Me refiero a quedar con alguien dejando de lado otras cosas. Las dos últimas veces que la llamé, ella no pudo. Pero no es por eso. Sé que anda escasa de tiempo. El problema es que sus explicaciones me sonaron a excusas.
Por eso, el viernes, ella quiso quedar y a mí no me dio la gana. ¿Rencor? ¡No! Simplemente prefería quedarme en casa y ver: “Capitalismo: Una historia de amor”.