
La primera vez que empleé sus poderes fue en la selectividad, en el examen de matemáticas. Suspendí. Pero por suerte, las notas de los otros exámenes eran lo suficientemente altas como para compensar aquel desastroso 1,9. También recurrí a ella al rellenar el boleto del Euromillón que me haría ganar 129 millones de Euros. Pero como os podéis imaginar, no me tocó nada de nada. Porque de haberme tocado, no estaría aquí escribiendo. Estaría dilapidando mi fortuna junto a media docena de rubias pechugonas. Aunque para no ser clasista diré que también aceptaría morenas pechugonas.
El día que me presenté al examen práctico del carnet de conducir la empleé. O mejor dicho, mi intención era usarla, pero con las prisas la olvidé en casa. Y mira tú por dónde, aprobé. Ahora que lo pienso… Esa moneda nunca me ha dado suerte. Siempre que he recurrido a su místico poder, la he cagado. Y si no, solo tengo que pensar en mi primera entrevista de trabajo, o en aquel partido en el que aposté 30 euros…
¡¿Y por qué no evitó que conociera a... (mejor no dar nombres) ?! ¡Puta moneda de la suerte vomitada por un Irlandés borracho! ¡Solo me ha traído cosas malas!