El viernes por la tarde a eso de las 9:15 estaba en el autobús, aburrido y abandonado. Busqué mi mp3 y no estaba. Lástima… Me puse a mirar a través de los cristales del autobús pero no me entretuve en absoluto, al contrario. Siempre las mismas calles, los mismos semáforos, las mismas tiendas… Así que empecé a observar a la gente del autobús, que para variar iba lleno hasta los topes. Pero no me fijé en como vestían ni en la chica guapa de turno. Me puse a mirar sus almas. Cómo, os preguntareis, pues mirándoles a los ojos.
Mi primer objetivo fue una chica rubita que se había sentado justo enfrente de mí. Sus ojos eran marrones claros y continuamente miraba abajo a su derecha. No eran feos pero les faltaba esa chispa, ese brillo que les da personalidad. Quizás hubiese tenido un día duro o puede que estuviese cansada, quien sabe. Rápidamente me la imagine como una chica callada y algo tímida. Y sin saber porqué supuse que era extranjera, del este, más concretamente. Unas pocas paradas después se bajó. Pero no sin antes despedirse de una mujer que estaba a su lado. En ese momento, dos de mis hipótesis se confirmaron. La primera, que era extranjera. Y la segunda, que no era habladora.
Mi segundo objetivo fue un hombre regordete que se sentó en el sitio de la chica extranjera. Este hombre tenía una mirada compasiva, sincera, honesta y humilde, pero algo triste. Al instante, lo idealicé como el perfecto padre y marido. Educado, amable, cariñoso… todo un modelo a seguir. Pero esa mirada reflejaba dolor. Y yo no sabia si físico o espiritual. ¡Qué intriga! Por suerte para mi curiosidad, no mucho después sacó su mano izquierda del bolsillo de su chapetón. Y en su mano encontré la respuesta a mis dudas. Tenía el dedo corazón vendado, parecía que por un corte... Segundo acierto.
Mi último blanco fue una chica preciosa que subió acompañada de quien parecía ser su madre. Era más bien bajita y de su cuerpo nada sé, pero eso no es importante. Tenía la nariz pequeña y respingona. Lo que se llama una nariz simpática. Sus labios eran carnosos y su pelo negro, liso y con raya a un lado. Igualito al de Rihanna. Pero lo mejor con diferencia eran sus ojos. ¡Vaya ojazos! Grandes, claros y de color miel. Enmarcados por unas at
ractivas pestañas largas y oscuras. Una autentica maravilla. Como es lógico, no pude apartar la mirada de tan perfecta obra de arte. Mi insistencia así como mi falta de disimulo, debió llamar su atención por que me miró fijamente. Le aguanté la mirada hasta que ella acabó apartándola. ¡Primer asalto ganado! Pero en el segundo duelo de miradas fui yo quien tras unos segundos acabé mirando al suelo. La cosa había quedado en tablas, o al menos eso creía yo. Al rato me sentí observado, mi radar me alertaba. Levanté la mirada y allí estaba ella, mirándome. La miré fijamente y a Dios puse por testigo de que esta vez no apartaría la mirada. No se el rato que estaríamos mirándonos. Creo que lo que tarda el autobús de llegar de una parada a otra. Pero cuando me creía vencedor del duelo, esa chica me lanzó una sonrisa que por supuesto le devolví. ¡Eso si que no lo esperaba! Por desgracia la plaza Mozart estaba cerca y yo me tenía que bajar. ¡Malditos amigos! ¿Por que se me habría ocurrido quedar para echar una cerveza si ya habíamos quedado el jueves? El caso es que al bajar pasé por su lado y nos despedimos en silencio, con la mirada, hasta la próxima...